miércoles, 10 de septiembre de 2014

EL SUEÑO DE LA EVOLUCIÓN GENERA MONSTRUOS

Allá por 2005 nos encargaron la creación de una maqueta de trilobites 1:200, es decir, convertir lo que fue un pequeño artrópodo marino (unos 5 centímetros) del Ordovícico (desde hace 505 hasta hace 440 millones de años) en un bicharraco de más de 2 metros de longitud. Eso sí, de poliester. El destino de la maqueta era el Museo de la Autovía del Cantábrico, en Ribadesella, Asturias, destinado a mostrar los hallazgos geológicos y paleontológicos realizados al excavarse un gran túnel en la roca para dicha autovía.

El reto resultaba emocionante y no exento de complicaciones. Partimos de observar al microscopio hasta los más mínimos detalles de un pequeño fósil perfectamente conservado y llevarlo todo a planos y dibujos. Después elegimos el material en que crearíamos el modelo a partir del cual obtendríamos una réplica a molde a la que añadiríamos todo tipo de detalles, pintaríamos, etc. Interesaba un material ligero y fácilmente trabajable, por lo que optamos por poliestireno extruido, el tipico "corcho blanco" de los embalajes. Así que fuimos a comprar un bloque de 2 x 1 x 1 metros.

Lo llevamos a mano hasta el taller en una especie de procesión funeraria con un extraño ataúd blanco a hombros, despertando la intriga de los viandantes. A mí se me ocurrió hacer un paso solemne y ceremonioso para acentuar lo teatral, como si llevásemos en procesión al "Cristo embalado". En fin, una vez llegados al taller dibujamos los perfiles y alzados sobre el bloque y comenzamos a desbastar y lijar. Enormes cantidades de "bolitas blancas" se esparcían por el taller. Una vez tallada la forma general pasamos a aplicar barro sobre ella para modelar después los diminutos detalles. La textura granulada del exoesqueleto del animalillo la imitamos pegando miles de bolitas de arcilla expandida y los cientos de celdas de sus ojos compuestos, con medicamentos de homeopatía en forma de microesferas. Después llegó el molde en silicona y carcasa de poliester y fibra de vidrio y finalmente la réplica en el mismo material, teñido de verde.





Al retirar el molde de silicona dimos por parida a la criatura. Finalmente llegó el proceso de pintarla, añadirle las incontables patitas, las antenas, y todo tipo de detalles accesorios. Los cilios de las patas fueron imitados con sendas plumas de buitre que alguien trajo de la sierra. Les dimos laca "Nelly" a todas para fijarlas. Una vez acabada, la maqueta partió a Ribadesella. El día de la inauguración de la exposición, la maqueta era, lógicamente, la estrella. Los niños querían tocarla y la gente se hacía fotos con ella. En un momento determinado se escucha el sonido de varios coches llegando, seguido de un cierto revuelo protagonizado por asistentes, periodistas, fotógrafos y seguridad. Se establece un pasillo para que por él acceda Álvarez Cascos. El presidente entra, es profusamente fotografiado junto a la maqueta, dice unas palabras y se va por donde ha venido al poco rato. Se supo después que existía la intención de bautizar a algunas de las nuevas especies halladas en el túnel con los apellidos de los entonces peces gordos del partido; los apellidos latinizados de esas especies serían "casquensis", "ratensis" o "acebensis". Afortunadamente creo que no llegó esto a consolidarse.

Ha pasado más de una década de aquello y el modelo que tallamos permanece en la terraza de casa como un invitado de piedra para curiosidad y extrañeza de vecinos y visitas. El trilobites de dos metros "decora" una esquina de la terraza y se ha convertido en una especie de absurdo photocall casero junto al que han sido retratados numerosos e insignes personajes de la vida madrileña "underground". También es la atalaya desde la que otea "Pedro".

El planeta en que vivimos ha cambiado radicalmente desde que estos pequeños artrópodos poblaban los fondos marinos junto a nautilus, peces sin mandíbulas, los primeros tiburones, escorpiones de hasta dos metros de largo y demás fauna que hoy nos parecería de otro mundo. En cierto modo era otro mundo. No existía fauna en la superficie firme por los bajisimos niveles de oxígeno; tan sólo algunas plantas elementales comenzaban a asomar. El clima era muy caluroso, tropical, con medias de 40 y 50 ºC. El nivel del mar nunca ha estado ni estuvo tan alto como entonces y los continentes mostraban una configuración absolutamente distinta a la actual.

Las entonces cuatro grandes masas de tierra emergida ocupaban casi exclusivamente el hemisferio sur; Gondwana, Laurentia, Báltica y Siberia eran continentes de caliza pelados y yermos sin apenas signos de vida. Ésta, oculta bajo los inmensos océanos, bullía en miles de formas fantasmagóricas que hoy día protagonizarían una película de ciencia ficción de serie B. Una Tierra irreconocible.

Pero no hace falta retroceder en el tiempo para encontrar seres extraños. Hoy existen especies cuyos aspectos y formas de vida son misteriosas, incluso inexplicables. Quizás una hipotética cultura extraterrestre que visitase mañana la Tierra quedaría tan sorprendida como si lo hubiese hecho en el Ordovícico. No hablo de los demenciales peces abisales que parecen producto de una pesadilla, ni de los grotescos microorganismos como el gorgojo del polvo, ni del equidna, el kiwi o el ornitorrinco, sino de seres mucho más complejos, evolucionados a partir de algún "sencillo" ser que compartió el fondo de los océanos con los trilobites.

Hoy, 400 millones de años después, miles de millones de estos disparatados seres, esencialmente distintos, dominan todo el orbe, lo modifican a su antojo y causan lo que algunos de ellos llaman la séptima gran extinción, la primera vez que una de estas hecatombes biológicas es producida, no por factores geológicos, climáticos o del espacio exterior, sino por la presencia y actividad de una sola especie. Pero esta especie, dotada de una poderosa inteligencia y autoconsciencia, es, hasta la fecha, la más rara de todas. Ríanse ustedes de los "bichos" del Ordovícico. Capaces de crear maravillas y atrocidades extremas, son seres absolutamente únicos. A modo de ejemplo; ¿Como serán estos seres de raros y misteriosos que han desarrollado consciencia y se preguntan cosas a las que se atreven a responder; muchos de ellos tienen la extraña creencia de que son el final de la evolución o, incluso, tras el abrir y cerrar de ojos que llevan en el planeta, creen ser la creación de un ser intangible que les ama, juzga y castiga. Incluso llegan a imaginar una segunda vida en su compañía y en la de otros congéneres muertos. Desde el punto de vista de la evolución de la vida en la Tierra, estos seres son, sin lugar a dudas, los más extraños habidos y que puedan imaginarse. Y curiosamente, son estos seres los únicos capaces de imaginar.

Quizás algún día, algunos seres cuya naturaleza hoy ni barruntamos, exhiban en sus terrazas o vaya usted a saber donde, recreaciones de estos especímenes, aquellos que vivieron al final del Pleistoceno y en el Holoceno, aquellos que causaron la séptima gran extinción. Serían para ellos una enorme rareza, unos verdaderos monstruos del pasado, un capricho de la evolución, quizás otro experimento fallido, quizás sólo el devenir del azar que "rigió" todo desde que una cadena de ácido ribonucleico se replicó a sí misma.

La buena noticia es que tenemos el privilegio de contemplar en acción a estos seres impensables. Somos testigos de excepción de su vida en este planeta y dejaremos huella y registro de casi todo, poniéndoselo fácil a hipotéticos paleontólogos del futuro, sea cual sea su especie o incluso su planeta. Para observar a estos seres nos basta mirar alrededor o incluso colocarnos frente a un espejo. Incluso podemos indagar en sus mentes con sólo cerrar los ojos.

En fin, a veces visualizo nuestro entorno planetario cercano como un enorme conjunto de naranjas desparramadas siendo nosotros un conjunto de hormigas que recorren una sola de ellas. Esto podría parecer denigrante, pero no nos consta otra cosa; somos una especie en pañales que ocupa un diminuto planeta que orbita en torno a una estrella vulgar de entre los cientos de miles que componen una sola de las incontables galaxias que pueblan lo observable de uno de los posibles múltiples universos. Nuestra situación es terrible; por un lado somos únicos (aunque a su modo también lo es la avispa alfarera, por ejemplo), lo que hace que muchos de nosotros se consideren el objetivo final de la creación/evolución, pero por otro lado nos sentimos profundamente solos en la inconmensurable inmensidad del espacio-tiempo. 

Una cálida noche de este verano (2014) tuve la ocasión y el inmenso placer de tumbarme en el campo junto a un amigo en medio de la nada en un paraje de la despoblada provincia de Teruél y contemplar como nunca lo había hecho y con una cerveza en la mano, el majestuoso espectáculo que ofrece uno de los brazos de la galaxia (la Vía Láctea, lógicamente). La lección de humildad (más bien de realidad) que ofrece su mera observación debería ser prioritaria y regalada a todo ser humano. Quién sabe, quizás los delfines sientan curiosidad por esa guirnalda de luces que se les ofrece cada noche cuando salen a flote para respirar. 

La luz, si bien tenue y lejana, procede de allí arriba, y hay que recibirla libre de la contaminación de farolas, de miedos y de arrogancia. Pese a ser excesivamente abundantes, somos unos bichos muy muy raros.
¿O no?

Os dejo un bonito vídeo de todo el proceso.