miércoles, 31 de julio de 2013

ALGUIEN PUBLICÓ EN MI MURO... HACE 257 AÑOS.

 
Imagen del monasterio de el paular en invierno.
El título de esta entrada seguro que causa sorpresa y, como no podría ser de otro modo, escepticismo. Dicho título tiene algo de ambiguo y algo de cierto a la vez. De rigurosamente cierto. Me explicaré. Pero antes permitidme que haga una necesaria introducción. 

Hay gente que me conoce como arqueólogo, que suena muy bien y muy peliculero. Es cierto, pero lo que me ha dado hasta ahora de comer es la conservación de bienes culturales. Soy restaurador. Nada que ver con la cocina, faceta en la cual soy un perfecto inútil. Estoy especializado en bienes y piezas arqueológicas, pero no es lo único que he restaurado. En esta ocasión, la que corresponde a la curiosa historia que voy a contar, se trataba de una enorme librería de madera de nogal. 

Corría el año 1996. No recuerdo si acababa de ganar Aznar las elecciones o estaba a punto de hacerlo. Esto es irrelevante. Yo tenía, y aún tengo pese a todo, una empresa dedicada a la restauración de bienes culturales. Nos habían adjudicado (limpiamente y sin donaciones, claro) un contrato que consistía en la restauración de la librería de la biblioteca de un conocido monasterio de la comunidad de Madrid.



Nos encargamos de ello tres personas, mi socia, un contratado, y yo. Se trataba de una enorme librería realizada en madera de nogal y pino que recorría los cuatro muros de la biblioteca, de 12 x 6 metros. El techo era abovedado y mostraba las típicas imágenes de santos y angelotes que ya habíamos restaurado el año anterior. La librería constaba de 22 módulos de 4 metros de altura coronados por frisos, pináculos y crestería. Todo muy barroco, claro. Nuestro trabajo consistía en desmontar la librería, sanear los muros donde apoyaba, restaurar la librería en sí y volverla a colocar en su sitio. Un trabajo ímprobo.
 
Decidimos utilizar una polea diferencial acoplada a una estructura de andamio con ruedas para ir desmontando (previo desclavado) cada uno de los 22 módulos de unos 400 kilos cada uno. El trabajo era minucioso y lento para minimizar el riesgo de accidentes o graves deterioros. Y había que emplear mucha fuerza para desplazar el andamio con su pesada carga por un suelo bastante irregular.

Una mañana de junio yo estaba subido a la propia librería desclavando estructuras para su desmontaje mientras mi socia limpiaba las traseras de algunos módulos ya desmontados. Tenían hongos, telarañas y polvo de siglos. Se trabajaba muy a gusto allí. Se escuchaba de fondo el canto gregoriano de los monjes así como el de los pájaros en el jardín y el claustro. La fragancia de la madera inundaba la estancia. Todo parecía estar en perfecto orden. De repente y sin previo aviso mi socia empieza a gritar.

-Carlos! Baja! Corre! Baja ahora mismo!
-¿Pero qué pasa? ¿Estás bien?
-Sï! Pero baja a ver esto! 


Yo, intrigadísimo, bajé inmediatamente del andamio y corrí hasta donde estaba mi socia que permanecía con cara de perplejidad mirando la trasera de madera de pino de uno de los módulos. Tenía en la mano una brocha y hasta hacía un momento estaba retirando el polvo y los hongos de la madera.

-¿Qué pasa? ¿Qué has visto?
-Mira!

Donde primero puse mi vista fue en un clavo. Un clavo muy grande de forja, de sección cuadrada. Estaba clavado en un nudo de la madera. Para quien no lo sepa, a veces es complicado insertar un clavo en un nudo por la dureza de éste, doblándose la punta del clavo. Otras veces el golpe hace que se escupa el nudo debido a la diferencia de dureza entre éste y el resto de la madera. Pero no, el clavo estaba perfectamente clavado. Hasta ahí podría parecer una mera curiosidad. Pero junto al clavo había algo escrito. Era una letra historiada, barroca, hecha con grafito y con una caligrafía esmerada aunque algo torpe. Estaba muy desvaída por lo que en un principio no logramos entender lo que ponía. Pero probamos a pulverizar alcohol para saturar el tono y hacer alguna fotografía de detalle. Entonces no existía la fotografía digital, por lo que habría que esperar a revelar el carrete. Y la curiosidad nos podía, así que decidimos dedicar la mañana íntegra a descifrar lo que allí se había escrito. Nos costó cerca de una hora pero al final lo conseguimos. El resultado nos dejó impresionados, casi extasiados. Teníamos la sensación de estar viviendo algo único, algo que sólo pasa una vez en la vida. O no pasa jamás, claro. Lo que allí se escribió, concretamente en el año del señor de 1739, estaba inequívocamente dirigido a nosotros dos. Sin la menor duda ni posibilidad de error. Parece un acertijo para que intentéis cuadrar el relato, para que penséis: ¿Qué es lo que allí ponía? ¿Quién lo escribió?. Pero no es así, es totalmente cierto y real, sin la menor tergiversación o exageración. 
















Se leía lo siguiente, transcrito tal cual: 


"Este clabo púsolo aquí Zeledonio Marín el año de 1739 a 20 de abril que puede ser que algunos de los que desarmen la librería les puede hacer falta"

Y los que desarmaban la librería 257 años después de ser construida éramos precisamente nosotros. Era una broma que aquel ingenioso carpintero nos enviaba a través del tiempo. Desde que lo escribió hasta que llegó a sus destinatarios tuvieron lugar la revolución francesa, la rusa, las dos guerras mundiales, la civil española y la llegada del ser humano a la luna. Y, por los pelos, la llegada de Aznar al poder. Pero el mensaje llegó, alto y claro. Recuerdo que inmediatamente después de descifrarlo se me pasó por la cabeza la estúpida y peregrina idea de contestar al carpintero. La idea duró unas centésimas de segundo y lógicamente no escapó de entre mis neuronas. 


Intentamos imaginar el aspecto de Zeledonio, vestido a la usanza del siglo XVIII. Investigamos por la recién aparecida Internet pero nada hallamos como era de esperar. Sólo llegamos a la conclusión de que Zeledonio sería probablemente gallego. Por su apellido, Marín, y por lo de "púsolo". 


Debajo del escrito de Zeledonio yo escribí algo, pero no os voy a contar qué puse. Será secreto hasta que alguien vuelva a desmontar la librería si es que esto ocurre.

Días después encontramos muchas más cosas al retirar los muebles. En casa siempre aparece algo al retirar alguno: cualquier cosa que los gatos hayan usado como juguete. Pues imaginemos que no habría aparecido tras 257 años. Entre lo hallado estaba el compás y la parte metálica del martillo de Zeledonio. Se le debieron caer por detrás de la librería ya medio ensamblada. 


Durante la ocupación napoleónica, la librería funcionó como frutería, por lo que aparecieron numerosos "huesos" de frutas, cascaras de nuez, etc. También algunas hojas de los libros que se utilizaban para envolver la mercancía. Además apareció un hisopo de bronce, un chisme acabado en una bola con agujeritos con el cual los obispos echaban gotas de agua "bendita" donde se les antojaba. También apareció una bala de la guerra civil y numerosos cadáveres de golondrina. Las pobres aves entraban por la puerta que daba al jardín e intentaban salir por las troneras de la bóveda que los monjes mantenían cerradas. Terminaban exhaustas y morían. Nosotros abrimos esas ventanas para que las nuevas que entrasen tuvieran una escapatoria.


En fin, la nave Voyager 1 sigue viajando desde 1976 y hoy día está saliendo del sistema solar. Lleva un disco de platino con saludos en múltiples idiomas de la Tierra y en lenguaje matemático por si llegara a caer en manos de alguna otra especie inteligente. Quizás jamás ningún ser acceda a ese disco. Cuantos mensajes lanzados en el tiempo se habrán perdido irremisiblemente. Yo recuperé uno y envié otro. Por así decirlo, aquella trasera de la librería era el tablón de mensajes de aquel carpintero, su muro o biografía en términos de facebook. El mensaje fue un tanto trivial, una mera broma, pero hizo que el vello de mis brazos se erizase dolorosamente. Incluso ahora que lo rememoro siento un vértigo temporal y un no sé que en el estómago.
Esto ocurría hace un cuarto de milenio, y no en Cuarto Milenio, aunque quizás les interesase esta historia añadiéndole un poco de misterio.



 


11 comentarios:

  1. Simplemente una historia sensacional. En pleno centro de la península hubiera sido difícil enviar ese mensaje en una botella. Espero que para los ansiosos y un poco cotillas como yo, algún día nos desveles el misterio de lo que allí escribiste.

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  2. Vale, lo haré pero del mismo modo. Lo podrás leer dentro de mucho tiempo. Muchas gracias, Sergio!

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  3. No me hagas esperar 257 años que creo que no llego

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  4. ¡Muy interesante Carlos! Vuestro trabajo es muy importante y me alegra comprobar que tiene recompensas y momentos gratos e intensos como el que nos cuentas ¡Muchas gracias por compartirlo!
    Parece que el bueno de Zeledonio quiso dejar constancia de su pequeña "proeza" de clavar correctamente un clavo en un nudo.
    ¿Nunca os habéis encontrado la típica urna o cofre que suele ponerse al comenzar una obra (con la "primera piedra"), en la que suele meterse el periódico del día y algún otro mensaje curioso?
    Un abrazo.

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. Es más Mad.
    Si es difícil meter un clavo en un nudo, más difícil es sacarlo (sin romperlo o llevártelo). Zeledonio desafía al carpintero del futuro a deshacer el nudo Gordiano.

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  7. Es posible que al sacar el clavo se rompa la tabla y se desmonte toda la estantería, o también podría suceder que al instante apareciese una multitud que proclamase al hábil carpintero rey o algo así, como cuando el rey Arturo sacó a "Excalibur" del yunque aquel...

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  8. ja ja ja, si, es épico "Sacad la espada de la piedra, quien lo consiga será rey"

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  9. Maravillosa historia! Eres afortunado Carlos.

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  10. Un anécdota fascinante, Carlos. Puro alimento para mi espíritu.

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