miércoles, 11 de noviembre de 2015

PALEODRAMA 1: GROTTA DI LAMALUNGA (Prisión eterna)


Inicio hoy una nueva sección en este blog a la que llamo PALEODRAMAS. El nombre parece muy dramático, pero sólo alude a su acepción original como representación teatral, si bien forzosamente literaria en un blog. Ahora que, 20 años después de abandonarla, retomo mi Tesis Doctoral en Prehistoria, me ha parecido buena idea "novelar" las interpretaciones de ciertos hallazgos paleoantropológicos inusuales o excepcionales; aquellos que pinchan desde la noche de los tiempos para que imagines su origen, sus circunstancias y te preguntes ¿Qué pasó allí?

Así que os brindo una serie de microhistorias de la Prehistoria. Son obviamente imaginadas pero con base y rigor científico, ciñéndome a los hallazgos y los datos extraídos de ellos. Lo inauguro con el "hombre de Altamura" (no confundir con Altamira). Es un caso dramático realmente, pero los siguientes no tendrán porque serlo, o no tanto. No obstante hoy tenemos la subsistencia como algo casi resuelto, pero hace miles o cientos de miles de años cada día era un durisimo reto. Espero que os guste y os dé que pensar.

PALEODRAMA 1: Grotta di Lamalunga.

Es una fría mañana de otoño. Llueve profusamente en el valle y el clan desea llegar a la nueva cueva que ha sido divisada en lontananza tras varios días de errante caminar. El colapso repentino de su anterior refugio mató a dos de los suyos y dejó el abrigo rocoso casi inhabitable, por lo que es imprescindible hallar y ocupar otro cuanto antes, hacer varios fuegos, calentarse, comer y descansar. Al llegar a la angosta entrada de la nueva gruta, dos de los veteranos, Lamal y Unga, son designados por el jefe del clan para inspeccionarla y comprobar que está libre de osos, hienas u otros humanos. Ambos hombres se adentran con cautela, portando sendas antorchas. El suelo está alfombrado por huesos de animales, entre los que Unga distingue algún cráneo de oso. 



La humedad se respira en cada bocanada y la oscuridad creciente hace brillar cada vez más el fuego de las antorchas. Cientos de estalactitas adornan el estrecho pasadizo que lleva hasta una enorme sala presidida por un lago cristalino. El lugar parece más que apto para asentarse, o al menos para hacer una parada estratégica. Unga gestualiza mientras dice a su compañero que deben volver y hacer entrar al resto del clan, pero Lamal insiste en continuar explorando un poco más y cerciorarse de que no hay osos u otros humanos más adentro. Unga consiente. Ambos continúan camino por un muy estrecho y casi inundado canal que les lleva hasta una sala menor. Para llegar finalmente hasta ella, deben pasar por un saliente rocoso que salva una altura de varios metros. Tras dudar unos segundos, Lamal reanuda la marcha. Coloca su pie izquierdo sobre el saliente a la vez que aferra sus fuertes manos a las protuberancias rocosas de la pared. Pero en ese instante, el rugido cercano de un oso le sobresalta y le hace perder la concentración. Resbala y cae. Trata en vano de agarrarse a su compañero y su cuerpo golpea la pared opuesta antes de topar finalmente con el suelo del canal horadado por el agua. Grita su dolor y sangra. Sin embargo, no parece haberse lesionado gravemente. Puede andar en aquel reducido espacio. Su antorcha se ha apagado al caer en el suelo empapado y desde allí sólo puede ver la tenue luz de la antorcha de Unga que le grita. Lamal intenta trepar en vano por la resbaladiza pared. Lo hace una y otra vez pero sólo logra herir sus dedos y entrar en pánico. Unga decide volver a la entrada y pedir ayuda. Cuando vuelve con el jefe del clan y dos hombres más, Lamal parece no estar allí; no responde a los gritos de aquellos. Valiéndose del tacto, ha encontrado una abertura en la roca y la ha cruzado en busca de alguna salida al exterior o una forma de regresar al nivel superior de la gruta. Los hombres aguardan y se impacientan, pero el jefe les ordena permanecer allí y esperar; no pueden permitirse más pérdidas en aquella peligrosa cueva que habrían de compartir con osos. Lamal prosigue su camino en la más absoluta oscuridad y total silencio, sólo roto por su propia hiperventilación. De repente una luz inunda su visión, tras lo cual cae inconsciente al tropezar y golpear su cabeza fuertemente contra algún saliente invisible. Dos días pasarían hasta que el resto del clan decidiera dejar de llamarle y abandonar el lugar. El destino de Lamal estaba sellado. Moriría de hambre, que no de sed, en aquella noche perpetua. Al recuperar la consciencia deambularía a ciegas hasta que tras varios días sus fuerzas decayeran. Sólo podía esperar y morir. Cientos de recuerdos le acompañarían en su oscuridad; es un hombre casi anciano que ha alcanzado los 35 años. El tiempo pasa muy despacio y su estómago ruge como el oso que le sobresaltó. Lamal piensa y recuerda, recuerda y piensa. Y llora su desdicha. Sus huesos quedarán allí junto a los de todos aquellos animales. Finalmente muere en su prisión de roca calcárea empapada, ajeno a toda luz salvo la de su mente. En la entrada de la cueva, un cuervo grazna al ver a la comitiva alejarse.

128.000 AÑOS DESPUÉS
Octubre de 1993, Grotta di Lamalunga, Altamura, Italia.


Un grupo de espeleólogos del Centro de Investigación de Cuevas de Altamura ha decidido tratar de entrar en una gruta cuya nueva entrada expira aire en forma de una intensa corriente que anuncia la presencia de un gran espacio en el interior. La labor es enormemente complicada y requiere el uso de cuerdas y luz artificial. Tras descender por una chimenea vertical de 15 metros se topan con tres pasillos, de los cuales toman el central, de unos 20 metros de largo. Lo que sus lámparas de carburo les permiten ver es la pared cubierta de huesos de animales atrapados entre estalactitas y estalagmitas. Al final del pasillo detectan una pequeña cámara donde descubren, impactados, huesos humanos presididos por un cráneo invertido y embutidos en una masa caliza impenetrable.

Unos años después, en 2000, una cámara instalada junto a los restos permite a los visitantes del Centro de Interpretación ver en vivo el hallazgo. Gruesos haces de cables llevan la imagen hasta allí. Un vídeo en 3D acompaña la experiencia. Una década más tarde, en 2009, un brazo robótico lucha por extraer algún hueso o fragmento del conglomerado para de él extraer igualmente alguna traza de ADN. Finalmente y tras largas horas de esfuerzos se logra una vértebra. El esqueleto está tan completo que conserva hasta los diminutos huesos de la nariz. 

El "hombre de Altamura" se convierte en un “monumento intocable”. Las autoridades locales y regionales deciden restringir la entrada a la cueva de Lamalunga y el excepcional hallazgo cae en un injusto olvido.

En este mismo año, 2015, los investigadores vuelven a bajar a la cueva y, con la ayuda del brazo robótico, extraen un pequeño fragmento del omóplato. Un paleoantropólogo español intenta extraer algo de ADN. Otro equipo de Australia analiza una de las formaciones calcáreas que casi ocultan la osamenta para intentar datarla.

La resurrección científica de Lamal plantea un debate; los científicos creen que si se sacan los restos podrían responder a muchas más preguntas sobre los neandertales, pero para hacerlo deben destruir parte del conjunto. Políticos regionales y locales, y también parte de la sociedad, quieren dejarlo tal y como está. A los científicos les interesa el cráneo de forma especial, pero para estudiarlo habría que extraerlo penosamente de la gran columna de calcita en la que está sepultado.

La osamenta de Lamal, convertida en un grotesco testimonio, parece representar una prisión eterna, una prisión telúrica que no le dejó escapar de aquella trampa y que 128.000 años después sigue reteniendo tercamente lo que resta de él, sus huesos, casi convertidos en una cubista estalactita antropomorfa. 

Me gusta imaginar como habría reaccionado aquel neandertal si cuando desesperaba en aquella mazmorra natural, alguien le hubiera dicho que más de 10.000 generaciones después, otros humanos de un linaje distinto pugnarían en vano por sacarle de allí y por descubrir todo lo posible sobre él. Y que sería conocido por todo el orbe y que una cámara le espiaría permanentemente en su estática y pétrea realidad. Pero nadie conocería su verdadera historia ni la eternidad que le supuso la espera a la muerte en la negrura extrema. Lamal donó incosncientemente sus huesos a la ciencia. Y lo hizo de una forma ambigua: por un lado dejó su legado óseo íntegro y en un estado de conservación óptimo, pero a la vez inaccesible, fusionado con la roca caliza que gota a gota rodeó sus huesos durante milenios. Parece como si la Tierra le hubiese raptado con sus garfios de agua y carbonato cálcico y aún hoy le impidiese salir de aquella sima subterránea.
Aquellos que quieren estudiar sus restos, entre los que me encuentro, quieren datos y valiosa información para conocer un poco mejor el remoto pasado o, por qué no, ganar notoriedad y prestigio. Pero muchos lo hacen desde una perspectiva aséptica y fría, viendo los restos de Lamal como mera fuente de preciosa información. Valga así este relato ficticio como un homenaje postumo a uno de los cientos de millones de humanos que nos han precedido, uno que lucho día a día por sobrevivir entre sueños y recuerdos. Uno que murió de forma horrible y lenta en la soledad y oscuridad absolutas. Le debemos gratitud y respeto aunque sea con un retraso que apenas logramos imaginar.




2 comentarios:

  1. Estuve allí en verano y pensé en ti. No sabía que no se podía bajar. Hay un festival de músicas del mundo en verano en la Alta Murgia y la explanada de la gruta de Lamalunga es un lugar muy sugerente, reservado a los mejores artistas. Fuimos por la tarde para ver a Lamal pero no lo vimos sino por la cámara, y luego lo celebramos con la voz de Karen Matheson. Aquí el enlace a la manifestación, si te puede interesar: http://www.suonidellamurgia.net/

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  2. Ah, qué casuialidad! Cuando nos veamos me gustaría que me hablaras de ello. Gracias por el enlace.

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