martes, 1 de octubre de 2013

TAN CERCA Y TAN LEJOS A LA VEZ.

Esta vez me apetece contar una de las experiencias más excitantes que he tenido a nivel profesional, casi comparable a la del clavo de Zeledonio. También está marcada por una coincidencia enorme que incluso a mí, escéptico empedernido, me ha hecho varias veces tambalear en dicho escepticismo. Y también me estimuló a pensar en la proximidad y la lejanía, en el espacio y en el tiempo.

Es primavera del año 2005. Hace casi exactamente un año del horror del 11-M. Recibo una llamada. Me cuentan que en una zona en la que se está trabajando en la remodelación de la M30 parece que han aparecido unos huesos indeterminados. Me dicen que acuda con urgencia para evaluarlo y ver la posibilidad de extraerlos. Cojo lo necesario y salgo para allá a toda prisa. Me planto allí en unos minutos. Es un punto a escasos 50 metros del pirulí (la torre de telecomunicaciones así conocida). Compruebo que justo en el punto donde habían aparecido los huesos, dos días antes me había parado yo para descansar un rato al pasar por allí en bicicleta. Aún asombrado por la casualidad, me muestran algo que parece hueso semifosilizado asomando bajo tierra, en el interior de lo que era una cata arqueológica. Abro mi caja de herramientas y saco bisturí, espátula, brocha, gasa, adhesivos, cámara fotográfica (ya digital), etc. y me pongo a retirar tierra y a excavar a la vez que voy consolidando y engasando lo que va a apareciendo. Continúo despacio y con método, pero sin mucha pausa ya que es todo urgente; la M30 no espera. 

Después de varias horas he conseguido delimitar un bloque de sedimento fuera del cuál ya no aparecen restos óseos. Sean lo que sean esos huesos, están dentro de ese bloque. Los arqueólogos encargados se marchan a comer mientras yo me quedo trabajando, animado por la expectación y por la incipiente sospecha de que puede haber algo interesante allí dentro. Ya por la tarde, la paleontóloga, quizás algo novata entonces, se asusta y me pide que deje de trabajar. Es su responsabilidad también y prefiere ser muy cauta. No me conoce y no se fía del todo de mí.. Yo le digo que no se preocupe por nada, que sé perfectamente lo que estoy haciendo y que sea lo que sea está en buenas manos. 

El caso es que se va todo el mundo a las 5 de la tarde, salvo yo que me quedo trabajando, haciendo caso omiso a lo que me pidió la prudente paleontóloga. El bloque ya ha sido protegido y rodeado de espuma de poliuretano. Y ha sido extraído del terreno y colocado con grúa junto a las casetas de obra. Yo estoy retirando más tierra del bloque y consolidando según veo aparecer superficie ósea. Continúo y continúo mientras mi emoción va in crescendo según veo que lo que hay allí dentro no es ni mucho menos un amasijo de fragmentos de hueso como podría haber parecido en un principio. Empiezo a ponerme nervioso y a ser invadido por una euforia prudente.

Sigo trabajando. Decido hacer una cata cuadrada en la tierra del bloque hasta llegar a donde hubiera que llegar. Por fin toco hueso. Y tiene muy buena pinta lo que veo a través de la ventanita que he hecho en la tierra. Parece el splacnocráneo (cráneo facial) de un animal bastante grande.

Y por fin, tras largos minutos, se resuelve el rompezabezas en mi mente. De repente sé perfectamente lo que tengo entre manos; sólo hay que retirar unos 50 kilos más de tierra. Me detengo, hago mil fotos y pienso en llamar a todo el mundo para que venga a verlo. Estoy eufórico andando de aquí para allá. Sin embargo cambio de opinión y decido proseguir hasta dejar todo el hueso a la vista. Algo comprimido, deformado y fracturado, pero el hueso está bien conservado. No cabe duda, es un majestuoso cráneo completo de Bos primigenius, también conocido como Uro. Es un bóvido gigantesco de la altura de un caballo y de más de una tonelada de peso.

Por la posterior datación se supo que el especimen, al que estúpidamente bauticé como Tomasín, debió morir hace algo más de 10.000 años, al principio del Holoceno o al final del Pleistoceno Superior, por lo que quizás fuese uno de los últimos ejemplares antes de extinguirse la especie. Empiezo a deambular, nervioso y excitado. ¿Qué hago? ¿Llamo a los arqueólogos? ¿Lo cubro con tierra de nuevo y me voy? Miro la hora y ya es tarde para llamar a nadie, así que lo cubro y lo rodeo de bolsas con escombro para dar a entender que no se encontraría allí otra cosa que no fuese tierra o cascotes. 

Al día siguiente estoy allí el primero. Al poco tiempo lo ven los arqueólogos. La noticia corre como la pólvora entre aparejadores, constructores, jefes de obra etc. Todos quieren verlo. 

La paleontóloga, emocionada, se disculpa por su desconfianza y me abraza. Se produce una singular catarsis y todos los reunidos ríen tontamente durante unos minutos sin retirar su mirada del imponente cráneo que parecía mirarles desde la noche de los tiempos. 



Llevé el cráneo al taller. Allí terminé de reforzarlo, consolidarlo y limpiarlo. Durante ese tiempo, una semana o dos, me quedé allí a dormir por no separarme de él. Suena absurdo, pero me encantaba quedarme dormido mientras lo observaba desde el improvisado dormitorio. Imaginaba su impresionante corpulencia pastando y bebiendo en el río. Me apasionó este trabajo y me sentí muy afortunado. Una vez acabado lo embalé y lo llevé a un importante museo arqueológico donde actualmente se exhibe.


A quien no le llamen la atención estos temas puede parecerle exagerada mi euforia solitaria ante lo que había conseguido recuperar aquella tarde.

Sin embargo, creo que  mucha gente lo entenderá y, de haber estado allí, habría sentido un escalofrío si se le dice que a tiro de piedra (literalmente) del pirulí y dos metros bajo sus pies, yace el cráneo de un gigantesco animal que nació, vivió y murió hace 10.000 años, poco antes de que se conociese la agricultura y la ganadería en la península. 

Y es así, cuando deambulamos por la calle o por el campo, puede que a unos metros por debajo de la suela de nuestro calzado yazcan los restos de seres que vivieron en tiempos que ni intuimos. Tan cerca y tan lejos, tan lejos y tan cerca a la vez.


Y de repente, por mero azar muchas veces, por algo tan prosaico como la decisión de soterrar una autovía, el pasado remoto salta al presente en un instante. Hace unos 10.000 años, un enorme uro muere cerca de un río por razones que no podemos conocer. Su cuerpo es comido y se descompone. La cabeza es arrastrada por el río hasta quedar semioculta en una zona fangosa. El viento y la propia remodelación natural del paisaje la cubren de sedimentos año tras año. El río cambia su curso. Los tejidos blandos desaparecen totalmente y el cráneo de tan soberbio animal queda sepultado para la eternidad. Sin embargo, diez milenios después, los descendientes de aquellos humanos que convivieron con él, viven en ciudades y se desplazan, casi todos, en automóviles que recorrer pistas de asfalto, cuyo rediseño implica un inevitable movimiento de tierra que, de forma totalmente azarosa, pone al descubierto de nuevo los restos de aquel bóvido esplendido que duplica la talla de su primo actual. Tan cerca y tan lejos, tan lejos y tan cerca a la vez.

Es posible que los huesos que hoy sostienen tu cuerpo, o quizás estas palabras que yo ahora escribo, o la música que compone un desconocido o una carta de amor perdida, en general cualquier legado material que podamos dejar tras nuestra muerte y no perezca, pueda, por accidente, ser hallado y después estudiado por vete a saber quién en otros 10.000 años. Quizás algo de nosotros, tras la muerte, esté alejadísimo en el tiempo de esos seres que hallen fortuitamente ese "algo", pero quizás esté también a escasos metros de ellos. Y quizás también esos seres se pregunten a quién pertenecieron tus huesos, o intenten descifrar mis palabras o interpretar la música de ese desconocido o las palabras de esa carta. Tan cerca y tan lejos, tan lejos y tan cerca a la vez.

Así que me parece interesante dejar algo para que sea, quizás, recuperado en un lejano futuro, tal y como hizo Zeledonio con su clavo. Quizás alguien lo halle y hable de ti en un blog o en algo que ni imaginemos. Obviamente, o eso creo, nada nos importará en ese momento ya que llevaremos largo tiempo siendo polvo. Pero puede que consigamos que alguien sienta ese escalofrío dentro de cientos o miles de años. ¿Para qué? Para eso, nada más que para eso, para regalarle algo a un desconocido/a del futuro y jugar a imaginar su reacción.




12 comentarios:

  1. Muy apasionante, Carlos. Enhorabuena. Sabía de este hallazgo (no sé si me lo contaste tú o Rómulo) pero no me imaginaba toda esa historia. Es verdad, lo que más durará de nosotros serán los huesos... Todo es virtual hoy en día, sólo falta convertirnos en seres virtuales nosotros mismos, es decir, ir lo más lejos de nosotros. La arqueología y la paleontología nos traen a la realidad de la vida en la tierra, lo más cerca de nosotros y nos quitan de la realidad virtual... Sin embargo, lo virtual es muy cómodo para multiplicar las posibilidades de conocimiento de la realidad. Pero el cráneo del Bos es físico e incontestable y está allí como testigo de la "realidad real", eso es, tan cerca aunque tan lejos.

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    1. Llevas razón, Rosa. Nada como lo físico, lo tangible, lo que podemos apreciar con todos los sentidos a la vez. Muy bueno lo de realidad real, Hacía falta esa expresión que parece de perogrullo pero no lo es. Un abrazo.

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  2. Preciosa entrada Carlos. Eso de que te encantaba quedarte dormido mientras lo observabas, demuestra que eres un apasionado de tu trabajo ¡Enhorabuena!
    Una amiga que trabajó en aquel sector de la M-30, me habló de que habían tenido que parar la obra porque habían encontrado unos huesos, pero que probablemente serían los restos de alguna paella de unos gitanos. Cuando le dije que conocía a quien había sacado y estudiado los huesos y que se trataba de un enorme cráneo de Uro, se quedó de piedra.

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    1. Jaja! Julio... no podía quedarse de otro modo, fosilizada. Creo que sé de quién me hablas. Bueno, no puedes hacerte idea de todo lo que apareció con el soterramiento de la M30. En el fondo es como si fuese una gigantesca excavación en área,

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  3. Carlos, lo que recogimos cuando alquilamos la furgoneta cerca de madrid era tambien un toro de esos?

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  4. Sí, era perales del río y había restos de bos primigenius (uro), de elephas antiquus (elefante), de cervus elaphus (ciervo) y alguno más. Debió ser una zona de descuartizamiento en un campamento de neanderthales. Aprovecho para darte las gracias de nuevo! ;-)

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. Sí, era perales del río y había restos de bos primigenius (uro), de elephas antiquus (elefante), de cervus elaphus (ciervo) y alguno más. Debió ser una zona de descuartizamiento en un campamento de neanderthales. Aprovecho para darte las gracias de nuevo! ;-)

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  7. Pienso a menudo en ello. Y me asusta que la digitalización haga que se pierdan tantas cosas... cassettes ya obsoletas, fotografias... No me imagino dentro de tan solo unos pocos años recuperando imágenes de las primeras digitales. O no tal y como se hace con las fotos en papel, por ejemplo. No sé, inquieta y asusta. Y emociona, claro que sí.

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  8. Precisamente he estado hoy en Ambrona (soria), que hacia mucho que no iba.
    Cuando fui la primera vez, estaba Clark dirigiendo aquello; tenían todo aquello en plena excavación, aunque ya estaban los restos de elefante a cubierto en la casa.

    ¿El cráneo que encontraste, no esta expuesto en Alcala de Henares?.

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  9. Pues ya me haces dudar, José, No sé si en el Museo Arqueológico Regional de Alcalá o en el Museo de los Orígenes en Madrid. Y hay otro hallado hace ya mucho. El "mío" es un poquito más grande. Tremendo lo de Ambrona, sí.

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  10. Hola

    Espectacular descubierta!

    Tienes datos sobre las dimensiones del crâneo? Mismo que sea muy basico...
    Se quieres compartir la información, puedes enviarme para sonofwind4@gmail.com

    Gracias

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